Clase: El Facundo (Segunda parte)

“La obra más famosa en la abundante bibliografía de su autor”, según lo afirma Ricardo Rojas en el prólogo de su edición para la “Biblioteca Argentina”, “Panfleto periodístico, improvisado, banderizo” –son también palabras de Rojas-, lleva en su contenido, sim embargo, la síntesis de lo que su autor pensaba en materia social en 1845 (año de la primera edición) con respecto al mundo hispanoamericano.

Por entonces el sanjuanino no conocía la inmensa pampa húmeda de su patria más que por referencia. No olvidemos que tampoco conocía a Buenos Aires. Sin embargo, aquellas referencias le sobran para palpar la realidad de la vida pastoril en la inmensidad del llano.

“En las llanuras argentina no existe la tribu nómade; el pastor posee el suelo con títulos de propiedad; está fijo en un punto que le pertenece; pero para ocuparlo ha sido necesario disolver la asociación y derramar las familias sobre una inmensa superficie. Imaginaos una extensión de dos mil leguas cuadradas cubierta toda de población, pero colocadas las habitaciones a cuatro leguas de distancia unas de otras, a ocho a veces, a dos las más cercanas. El desenvolvimiento de la propiedad mobiliaria no es imposible; los goces de lujo no son del todo incompatibles con este aislamiento; puede la fortuna levantar un soberbio edificio en el desierto; pero el estímulo falta, el ejemplo desaparece, la necesidad de manifestarse con dignidad que se siente en las ciudades, no se hace sentir allí, en el aislamiento y la soledad. Las privaciones indispensables justifican la pereza natural, y la frugalidad en los goces trae enseguida todas las exterioridades de la barbarie. La sociedad ha desaparecido completamente; queda sólo la familia feudal, aislada, reconcentrada; y no habiendo sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace imposible; la municipalidad no existe, la policía no puede ejercerse y la justicia civil no tiene medios de alcanzar a los delincuentes”.

Aquí está viva su prédica contra la desidia del gaucho, ajeno al esfuerzo que demanda el cultivo de la tierra.

“El progreso moral –dice más adelante-, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu árabe o tártara, es aquí no sólo descuidada, sino imposible. ¿Dónde colocar la escuela para que asistan a recibir lecciones los niños diseminados a diez leguas de distancia en todas direcciones? Así, pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal, y gracias si las costumbres domésticas conservan un corto depósito de moral”.

¿Cómo se corrige aquella característica que es común a los nuevos Estados de Hispanoamérica? La receta la hemos hallado en los primeros escritos de Sarmiento en los periódicos chilenos, pero se repite y se reafirma en “Facundo”: hay que traer a América agricultores europeos; inmigración y agricultura, con la propiedad del suelo asegurada al labrador, son los elementos que transformarán a los nuevos países. En “Facundo”, libro destinado a combatir al déspota y a los caudillos de su patria, Sarmiento rechaza con firmeza la posición cerradamente nacionalista de los mandones argentinos  -Rosas por sobre todos-, que se oponen a la inmigración europea:

“¿Cómo tolerar al enemigo implacable de los extranjeros –nos dice- que, con su inmigración a la sombra de un gobierno, simpático a los europeos y protector de la seguridad individual, habrían poblado en estos últimos veinte años las costas de nuestros inmensos ríos y realizado los mismos prodigios que en menos tiempo se han consumado en las riberas del Mississipi? ¿Quiere la Inglaterra consumidores, cualquiera que el gobierno de un país sea? Pero, ¿qué han de consumir 600.000 gauchos, pobres, sin industria, como sin necesidades, bajo un gobierno que, extinguiendo las costumbres y gustos europeos, disminuye necesariamente el consumo de productos europeos? ¿Habremos de creer que la Inglaterra desconoce hasta este punto sus intereses en América? ¿Ha querido poner su mano poderosa para que no se levante en el sur de América un Estado como el que ella engendró en el norte? ¡Qué ilusión! Ese Estado se levantará en despecho suyo, aunque sieguen sus retoños cada año, porque la grandeza del Estado está en la pampa pastora, en las producciones tropicales del Norte y en el gran sistema de ríos navegables cuya aorta es el Plata”.

Y luego señala con claridad el camino de los futuros gobernantes argentinos que han de suceder a Rosas:

“Porque él ha perseguido el nombre europeo, y hostilizado la inmigración de extranjeros, el nuevo gobierno establecerá grandes asociaciones para introducir población y distribuirla en territorios feraces a orillas de los inmensos ríos, y en veinte años sucederá lo que en Norteamérica ha sucedido en igual tiempo: que se han levantado como por encanto ciudades, provincias y Estados en los desiertos en que poco antes pacían manadas de bisontes salvajes; porque la República Argentina se halla hoy en la situación del Senado romano que, por decreto, mandaba levantar de una vez quinientas ciudades, y las ciudades se levantan a su voz”.

En los párrafos finales del libro la visión futura Argentina se expone como himno de esperanza y como síntesis de todas las ideas constructivistas que en materia de cultivo del suelo y producción forman ya el plan civilizador del sanjuanino:

“Cuando hay un gobierno culto y ocupado de los intereses de la nación –expone-, ¡qué de empresas, qué de movimiento industrial! Los pueblos pastores ocupados de propagar los merinos que producen millones y entretienen a toda hora del día a millares de hombres; las provincias de San Juan y Mendoza, consagradas a cría del gusano de seda, que con apoyo y protección del gobierno carecerían de brazos en cuatro años para los trabajos agrícolas e industriales que requiere; las provincias del Norte, entregadas al cultivo de la caña de azúcar, del añil que se produce espontáneamente; las litorales de los ríos  con la navegación libre que daría movimiento y vida a la industria del interior. En medio de este movimiento, ¿quién hace la guerra? ¿Para conseguir qué? A no ser que haya un gobierno tan estúpido como el presente que huye de todos estos intereses, y en lugar de dar trabajo a los hombres, los lleva a los ejércitos a hacer la guerra al Uruguay, al Paraguay, al Brasil, a todas partes, en fin.

Pero el elemento principal de orden y moralización que la República Argentina cuenta hoy es la inmigración europea, que de suyo, y en despecho de la falta de seguridad que le ofrece, se agolpa de día en día en el Plata, y si hubiera un gobierno capaz de dirigir su movimiento, bastaría por sí sola a sanar en diez años no más todas las heridas que han hecho a la patria los bandidos, desde Facundo hasta Rosas, que la han dominado. De Europa emigran anualmente medio millón de hombres, por lo menos, que poseyendo una industria o un oficio, salen a buscar fortuna y se fijan donde haya tierra que poseer. Hasta el año 1840 esta inmigración se dirigía principalmente a Norteamérica, que se ha cubierto de ciudades magníficas y llenado de una inmensa población a merced de la inmigración. Tal ha sido a veces la manía de emigrar, que poblaciones enteras de Alemania se han transportado a Norteamérica con sus alcaldes, sus curas, maestros de escuela, etc.

Aquella corriente de emigrados que ya no encuentran ventajas en el Norte ha empezado a costear la América. Algunos se dirigen a Tejas, otros a Méjico, cuyas costas malsanas los rechazan; en el inmenso litoral de Brasil no les ofrece grandes ventajas a causa del trabajo de los negros esclavos que quita el valor a la producción. Tienen pues, que recalar al Rio de la Plata, cuyo clima suave, fertilidad de la tierra y abundancia de medios de subsistir, los atrae y fija”.

Y termina luego en un párrafo escrito con el fuego que alentaba en su pecho:

“El día pues, que un gobierno dirija a objetos de utilidad nacional los millones que hoy se gastan en hacer guerras desastrosas e inútiles y en pagar criminales; el día que por toda Europa se sepa que el horrible monstruo que hoy desola la República y está gritando diariamente “muerte a los extranjeros” ha desaparecido, ese día la inmigración industriosa de la Europa se dirigirá en masa al Rio de la Plata; el nuevo gobierno se encargará de distribuirla por las provincias; los ingenieros de la República irán a trazar en todos los puntos convenientes los planos de las ciudades y villas que deberán construir para su residencia, y terrenos feraces les serán adjudicados, y en diez años quedarán todas las márgenes de los ríos cubiertas de ciudades, y la República doblará su población con vecinos activos, morales e industriosos. Éstas no son quimeras, pues basta quererlo y que haya un gobierno menos brutal que el presente para conseguirlo”.

En FACUNDO, “El pobre librejo” escrito como “fruto de la inspiración del momento” –son palabras de Sarmiento-, está ya la síntesis del programa de acción que su autor tratará de cumplir en su patria después de la caída de Rosas. Desprovisto de bases estrictamente documentales, como él lo reconoce, nos revela no obstante la formación ideológica de Sarmiento. Su mente se enriquecerá luego con la magnífica experiencia de su viaje por Europa, África y Estados Unidos. Podremos apreciar entonces la evolución de sus ideas sociales y la aplicación de ellas a planes más completos y documentados, hasta alcanzar la serenidad que vuelca en “Conflicto y armonías de las razas en América”, su obra cumbre en materia sociológica. Entre ella y FACUNDO hay la explicable distancia que media entre una obra de ancianidad, plena de profundos conocimientos y sosegado razonamiento, y otra de juventud, escrita al calor de la lucha que ensangrentaba el suelo patrio y destinada a combatir al gobierno de Rosas.

Bibliografía específica utilizada

° Pisano, Natalio J. “La política agraria de Sarmiento”. Edic. Depalma, Buenos Aires, julio de 1980. Pág. 18-23.

° Sarmiento, D.F. “Facundo”, Ed de Biblioteca Argentina, Bs. As., 1921. Pág. 38/39 , 40/41, 312/313, 323/324, 329/331, 331/332.