En esta oportunidad deseo compartir un muy buen hilo de análisis, que creo que es completo y acertado, de lo que nos pasa en las instituciones donde desempeñamos nuestro trabajo.
De un lado, familias de alumnado con dificultades (muchas veces ocultados por los propios familiares) que denuncian que la prometida «educación inclusiva» no acaba de llegar o que llega a cuenta gotas. Y cuando llega nos agradecen. Y por otro lado, colegas que se niegan (en mayor o menor medida) a aplicar ningún tipo de adaptación a alumnos que saben que la necesitan y que no quieren saber nada de inclusión. Seguramente están en todo su derecho. No todo se puede y muchos profesores van desbordados.
En nuestro colegio por muchos años se tomaron medidas y se pidió al o los docentes que cumpla con su obligación, dentro de sus posibilidades. Los resultados fueron muy diversos. Esto da para un amplio debate.
Pero vayamos al texto que nos convoca.
«Las sucesivas reformas educativas han ido señalando la necesidad de que la escuela se adapte a la diversidad de su alumnado (necesidad que, hasta donde sé, pocos profesionales niegan). Se trata de garantizar la igualdad de todos en el derecho al acceso a la educación. Cualquier Estado que, existiendo los medios, no pudiera incluir a todos los ciudadanos en su sistema educativo, podría considerar ese sistema un fracaso. En cierto modo, esto es lo que ocurre.
A pesar de la matraca constante con la educación inclusiva, en la práctica la atención a la diversidad se ha quedado en una mera declaración de intenciones, presente en la Ley y en el debate, pero no en las aulas. En los últimos años, la carga de la transformación en «inclusiva» de la escuela ha recaído principalmente sobre el cuerpo de profesores, quienes ya estaban saturados por la ingente burocracia inútil que deben atender y el aumento de ratios y horas lectivas.
Así, nos hemos visto obligados a realizar adaptaciones específicas para condiciones y enfermedades que desconocemos, en aulas abarrotadas y, a menudo, con un apoyo deficiente de los Departamentos de Orientación. La retórica de la escuela inclusiva y la atención a la diversidad oculta debajo de la alfombra la precariedad de los recursos, la falta de inversión y la saturación de los servicios públicos (tanto educativos como de dependencia o salud mental).
Se argumenta con frecuencia que es nuestra responsabilidad formarnos para conocer estas realidades y tenerlas en cuenta a la hora de trabajar (incluidas, como he dicho, aquellas relativas a la salud mental). Esto es sin duda así. No obstante:
-Se olvida que somos especialistas en nuestras materias, no en Psicología, Psiquiatría, Neuropediatría o Trabajo Social. Así debe ser, además, a riesgo de que, si no lo somos, empeore sustancialmente la calidad de la enseñanza de estas materias PARA TODOS, incluidos alumnos con NEE.
-La función esencial de la escuela, la que la diferencia de otras instituciones como un gabinete de psiquiatría o un centro recreativo, es justamente esta: la transmisión de unos conocimientos a los que muchos, si no existiese el colegio, nunca tendrían acceso.
-Resulta que hay (o debería haber) especialistas en los centros educativos que sí están preparados y adecuadamente formados (o deberían estarlo) para atender con eficacia este tipo de necesidades, y para apoyar a los docentes y asesorarlos sobre cómo atenderlas.
Estos profesionales son orientadores, trabajadores sociales y PT. En la actualidad, el número de especialistas de estos cuerpos está MUY POR DEBAJO de las necesidades de los centros. Aquellos que tienen la formación adecuada y saben cómo actuar ante ellas se encuentran absolutamente desbordados y enterrados bajo montañas de protocolos que, en el mejor de los casos, acaban sacando adelante junto con profesores y equipos directivos. El resultado es una atención deficiente del alumnado NEE y carencia del seguimiento adecuado.
La Administración dice atender, en cumplimiento de la Ley y de las más altas y bellas intenciones, la diversidad en la escuela. Realmente, ahoga a los docentes con una responsabilidad para la que no tienen tiempo ni herramientas.
No se puede esperar de un docente sin formación específica que sepa tratar una patología psiquiátrica compleja. Además,el lugar para ese tratamiento NO es el colegio:es la consulta del psiquiatra. (Sí que conozca la situación de su alumno y actúe en consecuencia, con ayuda).
No se puede esperar de un docente sin formación específica que trate problemas graves de convivencia sin herramientas para ello (ni recursos, ni autoridad, ni potestad). (Sí que actúe cuando los detecte poniéndolos en conocimiento de quienes sí cuenten con estas herramientas).
No se puede esperar de un docente CON o SIN formación específica que sea capaz de que todos sus alumnos, con independencia de sus capacidades e interés, sigan el ritmo de la clase de igual modo y aprendan igualmente. (Sí, por supuesto, que adapte sus enseñanzas, cuando haya una necesidad específica debidamente acreditada por un profesional que, de nuevo, debe ser un especialista). Nadie tiene ese superpoder. La única opción para que todos obtengan el mismo resultado es garantizar el mismo resultado de partida, es decir: no pedir nada.
A estas dificultades se añade la cuestión de los centros de educación especial. Aquí se hacen muchas trampas en nombre de la integración y la inclusión, y se deja de mirar a la cuestión fundamental: la conveniencia o no de estos centros la marca la condición concreta del alumno.
Son muchas las condiciones de los alumnos que pueden integrarse en un aula regular (determinadas discapacidades visuales o auditivas, la mayoría de TEA y TLE, etc.). Para ello hacen falta recursos materiales y personales, que son los que faltan. Pero, salvo que sea imposible,Son muchas las condiciones de los alumnos que pueden integrarse en un aula regular (determinadas discapacidades visuales o auditivas, la mayoría de TEA y TLE, etc.). Para ello hacen falta recursos materiales y personales, que son los que faltan. Pero, salvo que sea imposible, a aspiración del sistema educativo debería ser la de que todos, en la medida de lo posible, se incorporen a los mismos centros e itinerarios que los demás. Para estos casos hay mecanismos como los desdobles o las aulas de integración (habitualmente infradotados).
Sin embargo, no se puede pasar por alto que no todas las condiciones admiten este tipo de adaptaciones en centros regulares, y sostener lo contrario es vivir de espaldas a la realidad. Es por esta razón por la que es crucial que sigan existiendo centros de educación especial, pensados únicamente para estos casos en que la incorporación a centros regulares no es posible, y cuyos profesionales deben ser, ellos sí, especialistas en la atención de esta clase de condiciones (parálisis cerebrales, TEA muy acusados, etc.).
Como conclusión:
En definitiva, profesores y familias deberíamos, por un lado, exigir inversión para una verdadera atención a la diversidad.; y, por otro, buscar las respuestas a nuestros problemas más acuciantes (salud mental, agresiones, problemas de convivencia) donde quizá estén: fuera de la escuela».
Por Laura Rodríguez Montecino
PD: A esta altura ya no se discute la enorme falta de medios en las instituciones, y el papel mojado de la escuela inclusiva y bla bla bla. Detrás de la tan mentada educación inclusiva, muchos colegas recibieron agresiones verbales, y difamaciones. Es que simplemente, ellos argumentaron que no estaban preparados para enseñar a determinados tipos de alumnos. Se comprende.
PD II: «Sin recursos, sin apoyo a las instituciones : ¿Estamos disimulando con una falsa inclusión?». «Nunca tantos pidieron tanto a tan pocos: inclusión, conflictividad, contención social… Y más burocracia».
Luego lo seguimos.
Por Hugo R. Manfredi