Lecturas en tiempos de cuarentena VI

«El mensaje que esconde El Plumerillo»

Foto Carlos Pagni                                                                                

La emancipación de Chile y Perú de la corona de España fue la iniciativa más relevante y exitosa que se pensó y ejecutó desde la Argentina. Cuando se la exalta, se celebran el cruce de los Andes, las victorias de Chacabuco y Maipú o la expedición a Lima. Es más difícil que alguien se emocione con las rutinarias tareas que se llevaron a cabo, durante más de un año, en los galpones de El Plumerillo.

Esa indiferencia quedó registrada en un detalle: el campamento se convirtió en un baldío, hasta que, en 1899, un grupo de mendocinos levantó allí una pirámide con los escudos argentino, chileno y peruano. Sin embargo, la clave de la hazaña de José de San Martín fue El Plumerillo. En ese paraje rural construyó cuarteles, fabricó cañones, confeccionó uniformes, elaboró la pólvora, entrenó soldados. Allí se organizó la logística y se preparó toda la maniobra militar. Sin esa etapa, todo lo demás hubiera sido un desastre.

En semanas en las que se vuelven a utilizar, con demasiadas licencias poéticas, metáforas castrenses para explicar la lucha contra el coronavirus conviene recordar esa fase gris de la gesta libertadora. La de la programación. No solo porque hace notar las enormes imprevisiones de los gobiernos frente al coronavirus. También porque ayuda a comprender que hoy la sociedad y, sobre todo, la administración deberían estar preparándose para una tarea muy exigente: la salida de la dolorosísima recesión que van a dejar la cuarentena y el distanciamiento social.

La mayoría de los líderes políticos fueron sorprendidos por la epidemia. Es habitual poner el foco en las extraviadas profecías de Ginés González García. Pero ningún otro sanitarista, de ninguna jurisdicción, se atrevió a discutirle. Y, mucho menos, se adelantó a comprar los reactivos indispensables para realizar los tests que permitieran no transitar a ciegas en medio de la peste. Hay ejemplos peores. En Estados Unidos, Donald Trump anuló las partidas previstas por Barack Obama para combatir olas de contagios. Los republicanos, en general, prefieren limitar las amenazas a la seguridad nacional al terrorismo y el narcotráfico. Trump eliminó también la oficina creada por Obama para atender pandemias y exoneró a su titular, Timothy Ziemer.

La superación del naufragio económico va a requerir la capacidad de anticipación que no apareció en el terreno sanitario. Hace falta definir cuál será la estrategia para salir de la recesión Y, sobre todo, cómo se va a reconstruir el entramado empresarial. Es decir, cómo se salvarán del hundimiento las organizaciones que a lo largo de los años han acumulado capital, tecnología y conocimiento y han desarrollado mercados para generar empleo y producir riqueza. Ese es el motor de cualquier reactivación. Alrededor de este desafío debería montarse un «Plumerillo».

Alberto Fernández y su entorno van en la dirección contraria. Su último reflejo pavloviano frente al drama económico es la creación de un impuesto a la riqueza. El rasgo sobresaliente de la iniciativa, ideada por Máximo Kirchner y elaborada por Carlos Heller, es que está cerrada a cualquier debate. Sencillo: la denominación «impuesto patriótico» amenaza con una condena moral a todo aquel que plantee alguna duda. A pesar de ese cerrojo, el proyecto es discutible.

Una primera curiosidad es que se creará un impuesto que ya existe. Es el impuesto a los bienes personales, cuyas alícuotas el actual oficialismo aumentó. Se trata de un tributo que existe en muy pocos países. La razón es que, si se observa bien, grava dos veces lo mismo: el contribuyente ya aportó otro impuesto cuando generó los recursos para adquirir los bienes por los que está, de nuevo, pagando. Estos gravámenes suelen ser importados de países desarrollados, donde las fortunas son incalculables y donde existen muchos subterfugios para evadir. En Estados Unidos, por ejemplo, la relación entre el salario de un alto ejecutivo y el de un trabajador es de 221 a 1. En una gran corporación argentina, es de 50 a 1.

En el contexto de la actual ecuación económica, el nuevo impuesto es, además, muy elevado. Hoy por un ahorro se puede obtener una remuneración cercana a 0. Por lo tanto, una exacción de, por ejemplo, 2% anual, equivale al rendimiento de varios años. Además, a muchos de los que tendrán que pagar este tributo el Estado ya los castigó de otra manera, al declarar la cesación de pago de sus títulos. Hay otra circunstancia especial: el recurso de irse del país por exceso de presión impositiva, tan común en otras sociedades, hoy está vedado. Nadie puede viajar para fijar su domicilio fiscal en el exterior. El coronavirus es un aliado de la AFIP. Esta claustrofobia tributaria, lejos de afligir al joven Kirchner, tal vez le dibuje una sonrisa. Un último detalle: el Gobierno debería pensar si con esta medida no inquieta al sistema financiero. Los bancos atesoran depósitos en moneda extranjera por 18.000 millones de dólares. Son reservas del Banco Central. No vaya a ser que a alguien se le ocurra irse del sistema por miedo a la voracidad del Estado.

Si se la toma como una propuesta aislada, la del impuesto a la riqueza puede ser motivo de polémica. Si se la enhebra con otras decisiones y conceptos, refuerza una tendencia problemática. El Presidente trató de miserables a los empresarios. Da la impresión de que se regodea con la idea, tan discutible, de que «un bichito» está destrozando al capitalismo. Desatiende en sus conferencias de prensa, donde no hay economistas, las penurias materiales, que conspiran para que el distanciamiento social se vuelva insostenible. Las medidas para aliviar a las empresas que no tienen ingresos, como los créditos a tasa subsidiada, todavía no se han ejecutado. Siempre que sean alguna solución: la mayor parte de los pequeños o medianos empresarios inactivos están pensando más en la convocatoria de acreedores que en endeudarse para pagar sueldos. Los que lo hagan, además, deberán despojarse del secreto fiscal. No sus empresas. Ellos, como personas físicas. Además, las compañías fueron obligadas a pagar los sueldos, por igual, de los que trabajan y de los que se abstienen de hacerlo por temor al contagio. Un desatino que el ministro Claudio Moroni intenta corregir. Las resoluciones oficiales no pueden ser evaluadas fuera del contexto de emergencia en que se adoptan. Sin embargo, el Gobierno se abstiene de proponer una estrategia de salida para la parálisis productiva. El perfume discursivo que emana de la Casa Rosada indica que para el Presidente los empresarios son parte del problema. Es lo contrario de lo que está planteando la izquierda más inteligente en otras sociedades. En los Estados Unidos, por ejemplo, el desafío del ala socialista del Partido Demócrata, identificada con Bernie Sanders, es llevar adelante un plan de salvataje de las compañías que no sea aprovechado por los accionistas o gerentes con recompra de acciones o distribución de dividendos. A nadie se le ocurre allí que se recuperará bienestar sin salvar a las empresas.

El espejo de China

Es curioso que esto no esté del todo claro para un grupo político que, como el oficial, se mira en el espejo de China. Lo que viene sucediendo en ese país desde hace cuarenta años es una experiencia impresionante de creación de grandes corporaciones, capaces de competir con las multinacionales occidentales, con inyección de recursos del Estado. Salvo que lo que agrade del modelo chino sea su dimensión dictatorial. Por suerte, algunos simpatizantes del oficialismo no dogmatizan esa fascinación: ayer, Horacio Verbitsky consignó que China demoró en alertar, con la complicidad de la OMS, sobre la expansión del Covid-19. A pesar de una alerta temprana de Taiwán. El escándalo llevó a Trump a retirar financiamiento de ese organismo. Quizá se explique así la necesidad china de ofrecer ayuda humanitaria con envíos que llegan, en el caso de la Argentina, con la leyenda «los hermanos sean unidos».

Con independencia de las referencias internacionales, es notoria la demora del oficialismo para ofrecer una hoja de ruta ante el derrumbe de la vida material. Por momentos, da la impresión de que el Presidente tiene invertida la flecha del proceso. Días atrás confesó que se sentía «como Néstor en el año 2003». En aquel momento, Kirchner tenía el derrumbe del año 2001 a sus espaldas. Alberto Fernández tiene un 2001 por delante. Va hacia la quiebra de empresas; la ruptura de contratos; el atraso cambiario que asfixia al sector agropecuario; una caída de producción petrolera que obligará a importaciones por miles de millones de dólares el año que viene; tal vez las cuasimonedas. En las próximas horas, como adelantó LA NACION el lunes pasado, es muy probable que el país vuelva a caer en default. Casi todos los factores de esta dinámica se deben al coma inducido (Krugman) por el que el país optó ante la pandemia. Agravado por las comorbilidades propias: una recesión preexistente y altísima inflación.

La incógnita frente a este paisaje es si en el corazón del gabinete tienen una imagen de la Argentina que hay que construir una vez que la peste haya cedido. El Gobierno cuenta con dos ventajas inestimables. Una es el impresionante fortalecimiento del liderazgo presidencial. Hay que remontarse, ahora sí, al Kirchner de 2004 para encontrar semejantes porcentajes de adhesión. La otra es una plasticidad política sin antecedentes para imaginar reformas de largo plazo. Es paradójico, pero el virus dotó a Fernández de una de esas catástrofes que la Argentina necesita para aceptar grandes reformulaciones. Más allá de los impuestos de emergencia, él podría emprender un rediseño tributario que discuta impuestos malsanos, como las retenciones, Ingresos Brutos, débitos bancarios, etc. La reforma laboral se está haciendo sola, por impulso de empresarios y sindicalistas que temen terminar de caer en el abismo. El Estado tendrá más derecho a proponerles cambios productivos, porque en la etapa que viene habrá más protección. Algunos ministros se animan a confesar que están gestionando la crisis, sin mayor inconveniente, con la mitad del personal de su cartera. Las cuasimonedas, con su reaparición imaginaria, además de dejar pesos disponibles para comprar dólares, ocasionarían un perjuicio adicional: bloquearían una discusión inevitable sobre los gastos provinciales. Hay distritos donde el salario estatal supera al privado en 30%. Y no son distritos ricos. Entre las ventajas para abrir esta agenda, está que el Fondo Monetario es más propenso a financiar una salida. Como venían reclamando algunos economistas -Alfonso Prat-Gay fue de los primeros, en Financial Times-, Kristalina Georgieva anunció ayer que en las próximas horas pedirá a los gobernadores del FMI un respaldo para lanzar un paquete de ayuda internacional excepcional, por el monto y por el modo de otorgamiento.

Georgieva citó a T.S. Eliot: «April is the cruelest month». Abril es el mes más cruel. No se sabe hasta cuándo habrá de extenderse la crueldad. Por eso Fernández debe montar su Plumerillo.

Por: Carlos Pagni, LA NACION,16 de abril de 2020.

 

Coronavirus: el virus da a luz un populismo de nueva generación

Foto Fernándea Diaz, en los artículos

El muerto yace boca abajo flotando en una piscina y narra desde allí su malograda peripecia. El largo flashback que sigue a ese comienzo antológico acaso constituya la más brillante historia original jamás filmada. Repasar su argumento, redescubrir los intersticios de ese curioso pacto fáustico, tal vez nos sirva para comprender el destino fatal que le aguardaba al presidente argentino: acabar como un cadáver político después de haberle prestado esforzados y desgastantes servicios a su mentora, una diva populista que lo encierra, lo usa, lo domina y, llena de celos, al final lo ejecuta. Sunset Boulevard , como se recordará, sigue el derrotero de un guionista perseguido por sus acreedores que se refugia accidentalmente en la mansión de una antigua estrella del cine mudo. Una mujer vanidosa que vive en su propia fantasía, sueña con un regreso triunfal y acoge al guionista: le da trabajo fácil y alojamiento lujoso. El escriba acepta todas las condiciones, y lentamente va cayendo en una telaraña que lo reduce a mantenido y a sirviente de sus reclamos y caprichos más ínfimos. La célebre fábula de Billy Wilder cuenta el ejercicio de ese poder ególatra y de esa vampirización progresiva que avanza hacia una tragedia no exenta de ironías. Muchos observadores ágrafos de la política vernácula, que jamás vieron ni siquiera Hollywood en castellano , describían de manera similar, aunque menos luctuosa (todo aquí es simbólico) el desenlace que tendría esa rara asociación entre la patrona altanera (Cristina) y el empleado aquiescente (Alberto), que aceptaba un liderazgo prestado a cambio de vivir aquel falso sueño esplendoroso. Fernández flotaría al final en las aguas nada depurativas de su propia frustración, y recordaría con amargura cómo aquella reina, solo obsesionada por mantener en pie su mito intocado, lo había ido condicionando con sus exigencias, cómo había bloqueado la chance de ejercer en plenitud sus deseos y cómo, en los epílogos, se deshacía de aquel vicario ingrato. Quizás la oscura parábola efectivamente se habría cumplido paso a paso si no hubiera irrumpido sorpresivamente una peste en Sunset Boulevard. Ese acontecimiento bíblico desvía la trama inexorable, y la reescribe. Asistimos entonces al surgimiento de un nuevo dueño de casa, en una metamorfosis que encaja con ciertos populismos de nueva generación. Alude a ellos Macron: aparecerán también en Europa, si los republicanos europeístas no ponen las barbas en remojo.

El nuevo Alberto Fernández no busca ser Erdogan ni mucho menos Bolsonaro; es solo un Mujica aspiracional que acepta el tutelaje ideológico de aquel santo peronista cómodamente arrellanado en el trono de Pedro. El Grupo de Puebla -una selección de izquierdosos rejuntados bajo inspiración divina- representa ese intento de volver a cruzar progres con cristianos, y de absorber con barbijo a los bolivarianos y reconducirlos hacia un chavismo pop. Se desconoce casi por completo en Occidente la influencia latinoamericana de Bergoglio para impulsar esta flamante entente populista. El asunto es que Fernández, en su travesía agnóstica y pragmática, descubre a Su Santidad, le ruega ayuda y lobby, cuelga del espaldar de su cama su rosario bendecido, le reza todas las noches y acepta la transformación iliberal que le propone en este concierto global tambaleante y apocalíptico. Muchos cuadros políticos de Francisco sostienen en la intimidad que el Covid-19 es un castigo de Dios por tanto egoísmo humano, y en esa figura y en esa novedosa intersección ideológica y espiritual el alumno copia al maestro: Néstor Kirchner jamás se había interesado por los derechos humanos, pero encontró en ellos una coartada y un discurso. Alberto jamás había mostrado la mínima inspiración teológica: era más bien un liberal de izquierda con cultura hippie, inscripto sucesivamente en las cambiantes reencarnaciones del justicialismo. Pero se hizo la luz y hasta el pasado puede ser reversionado. En esos dos presidentes kirchneristas hay primero impostura y cálculo; luego autoconvencimiento y realidad. Torcuato Di Tella, teórico y amigo de Alberto, invirtió alguna vez el lugar común: no creo en Dios -ironizó-, pero creo en la Iglesia. Se trata ahora de una Iglesia con fuerte gusto por el «pobrismo solidario» (en la pobreza hay una moral superior), aversión por el consumismo de las clases medias, repulsión por la pujanza capitalista y un asordinado desdén por las instituciones. Lo de siempre, pero ahora tamizado por las lecturas de Perón.

Fernández, en medio de la tempestad, adopta de hecho un «estilo monseñor», un populismo frío cargado de paternalismo emocional. Y se convierte en un pater comprensivo en busca de una cierta unanimidad bajo la emergencia. Un cura que cura. La estrategia progre-pastoral le ha traído muchas alegrías: las encuestas muestran que posee una imagen estratosférica, y con ella se permite mantener a raya a su mentora, reducida provisoriamente a sus glamorosos aposentos, desde donde otea desconfiada el paisaje. Alberto se adueñó de la mansión, y se permite acumular un gran poder con el estado de excepcionalidad. El miedo produce autocontrol social, amansa a las fieras, habilita autoritarismos, y le desata las manos para transgresiones, déficits, inconsistencias y errores; el coronavirus resulta también una excusa fenomenal para la mediocridad de los eventuales resultados. El Gobierno parece aclimatado en esta anomalía forzada, y no la aprovecha para realizar una convocatoria a los disidentes ni para fundar con ellos una nueva Argentina: en la pospandemia todos seremos más pobres y este es un momento único para los siempre postergados acuerdos de fondo. Se presume que el presidente de la Nación aspirará, por lo contrario, a un nuevo liderazgo sin mediaciones. Ni su maestro ni su nuevo jefe espiritual se lo reprocharían.

El gran guionista del destino se empeña, sin embargo, en torcer varias veces el relato triunfante y en agregarle continuas y sombrías vueltas de tuerca. Pensar que la foto será película y enamorarse de la cuarentena son dos ilusiones que se pueden evaporar con suma rapidez. Así como cualquiera percibe que detrás de la negociación de la deuda externa no existe todavía un plan económico real, de igual modo se advierte que no aparece por ningún lado un plan madre para salir del encierro. Se le puede aplicar un torniquete a un brazo sangrante, pero esa no puede ser una solución permanente. Si no se lo opera y sutura con pericia, el brazo declinará incluso hacia la gangrena. La Casa Rosada se adelantó a varias administraciones europeas y principalmente a Estados Unidos: cerró el país y logró amortiguar el impacto para ganar tiempo. Un logro nada despreciable. Pero ¿compró en este período de gracia la tecnología adecuada, utilizó ese lapso para articular un programa de testeo masivo y planificado? ¿Sabe realmente cómo y cuándo desatar el torniquete?

La trama de este film noir se pudo haber trastocado por la plaga, pero las acechanzas son tantas que nadie puede hoy seriamente pensar que el final antológico ha sido cancelado; después de la crisis, habrá en distintas naciones héroes fortalecidos sorbiendo un gin tonic al borde de la piscina, pero también cadáveres políticos que flotarán boca abajo, y que nos contarán, todavía atónitos, su malograda peripecia. Es una hora horriblemente dual y peligrosa. Y no es factible profetizar sobre el futuro: tiene la imprevisibilidad de una película de intriga pergeñada en los viejos estudios de la Paramount.

Por: Jorge Fernández Díaz, La Nación, 19/4/2020

 

«Que el bicho no se coma la Democracia»

Alejandro Borensztein

Que gran momento para designar a Merkel como presidenta mundial de todos y todas y así sacarnos de encima de una buena vez a Trump, Bolsonaro, Lopez Obrador, Boris Johnson, Orban, Cristina, Maduro, y otros cracks que han transformado al mundo en esta belleza.

Foto Merkel

Canciller de Alemania, Angela Merkel

Si tuviéramos en cuenta a todos los presidentes, ministros y funcionarios que aportaron su talento para que en los últimos 29 años pasemos de 1 dólar = 1 peso a 1 dólar = 100 pesos, podríamos agregar decenas de nuevos candidatos al gran certamen del Pelotudo del Año.

Pero no los podemos sumar porque en este torneo sólo clasifican los Pelotudos destacados durante el temporada oficial 2020. Una pena.

Para aquellos que están ansiosos por definir ahora mismo al ganador, o los que ya creen haberlo encontrado, recuerden que no hay que apurarse y que el certamen debe estar organizado con seriedad y profesionalismo. No como la Superliga.

Por ahora estamos en la etapa de Eliminatorias de donde van saliendo los que clasifican a la fase de grupos. Después, los dos mejores Pelotudos de cada grupo pasarán a octavos de final, luego cuartos, semifinales y final. Recién ahí, consagraremos al campeón.

Por supuesto, como en toda competencia, hay favoritos cuyos nombres todos conocemos pero hasta que el árbitro no de el pitazo final no está dicha la última palabra.

Esta semana clasificaron otros dos peces gordos. Uno es el ñato que maneja la cuenta de twitter del presidente Fernández, que no tuvo mejor idea que retwitear un insulto al querido Jonatan Viale. Nadie sabe bien como se llama pero, después de esa burrada, clasificó de cabeza. El otro es Cristóbal López al que pescaron pelotudeando por la Patagonia con su camioneta. Dos más a la fase final.

Si le ponemos onda, el certamen podría ayudar a distraernos y a mantenernos entretenidos durante la cuarentena.

Sin embargo, hay mucha gente que no se quiere distraer y está muy preocupada porque, con la excusa de la pandemia, están viendo que algunos políticos de acá y del mundo intentan avanzar sobre el Estado de Derecho.

A los que están preocupados por esto habría que recordarles que, en el caso de algunos políticos argentinos, no necesitan de una pandemia para querer avanzar sobre el Estado de Derecho. Les nace naturalmente.

Por eso, con o sin pandemia, un buen demócrata local siempre debe estar alerta. Pero tampoco da para preocuparse demasiado. Esto no es China.

Allá Xi Jinping tiene millones de cámaras de reconocimiento facial (millones literalmente) que además de reconocer a todas la personas, les toman la temperatura corporal a distancia. Si un tipo se baja del bondi y las cámara detectan que tiene algunas rayitas de fiebre, aparecen cinco patrulleros que inmediatamente se lo llevan a él y a todos los que estaban en el colectivo.

Al mismo tiempo van rastreando mediante las celdas de los celulares a los que se bajaron en las paradas anteriores, los agarran de las pestañas y también los meten en cuarentena.

Si a alguno se le ocurre salir a comprar tomates, aparecen drones que los detectan y vaya uno a saber lo qué les hacen. De ahí a detectar lo que el tipo piensa y convencerlo a patadas de que piense otra cosa más linda, falta un pasito. Obviamente es para preocuparse, pero es en China.

Acá el Ministro de Defensa es Agustín Rossi. No jodamos, hace 5 años perdió un misil y todavía no lo pudo encontrar. Y la Ministra de Seguridad es Sabina Frederic, que anda patrullando por Twitter a la caza de subversivos que pretendan reemplazar nuestro pabellón celeste y blanco por el sucio trapo rojo y cambiar nuestra tradicional forma de vida occidental y cristiana por el totalitarismo soviético. Obviamente, todavía no encontró ninguno.

No me imagino a estos dos ministros organizando, como en China, drones que sobrevuelen las ciudades buscando personas mayores de 70 que violen la cuarentena para salir a comprar cigarrillos. Lo más probable es que la licitación de drones termine en un escándalo de corrupción, o que los drones se choquen en el aire, o que el sindicato de drones les pare la flotilla en reclamo de mejoras salariales. Esto es Argentina.

Dado que el gobierno no puede detectar, ni controlar, ni mucho menos testear nada, por lo menos ha demostrado que puede dar consejos útiles.

El Ministerio de Salud, a través de un especialista, el viernes explicó que una buena práctica para sobrellevar el confinamiento es masturbarse, tener sexo virtual o algún otro divertimento. Como esta gente piensa en todo, el gobierno también nos recomendó que después de masturbarnos limpiemos el teclado de la computadora. Le juro amigo lector que esto es posta. Hemos escuchado cosas locas durante los gobiernos kirchneristas pero como esta no recuerdo ninguna.

También dijeron que quienes utilicen juguetes sexuales, luego de usarlos deberán lavarlos. Caramba, no se nos había ocurrido.

Pregunta: ¿Antes de usarlos también? ¿Balde de agua con dos cucharadas de lavandina, estará ok? Digo esto porque no lo aclararon.

Por su parte el Gobierno de la Ciudad tampoco aclaró si los mayores de 70 años deben pedir autorización para masturbarse o pueden hacerlo libremente. ¿Habrá que bajarse un permiso a través de una aplicación? ¿Y si habilitan un 0800-LADELMONO? Dudas que seguramente esta semana se despejarán.

Para los que dicen que estas cosas sólo pasan en la Argentina, sepan que el mismísimo Emmanuel Macron, presidente de Francia, acaba de prohibir que los mayores de 70 circulen por las calles. Por suerte todavía nos queda Angela Merkel para explicarle al mundo que “encerrar a nuestros mayores es un acto inaceptable desde el punto de vista ético y moral” (textual).

Que gran momento para designar a Merkel como presidenta mundial de todos y todas y así sacarnos de encima de una buena vez a Trump, Bolsonaro, Lopez Obrador, Boris Johnson, Orban, Cristina, Maduro, y otros cracks que han transformado al mundo en esta belleza.

Amigo lector, tengamos calma. Estemos alerta pero no nos preocupemos demasiado por estos primeros atropellos a la democracia. La historia argentina reciente nos demuestra que, por suerte, nuestros dirigentes son mucho más inútiles que autoritarios.

Para más pruebas, vale lo que le dije al comienzo: en una generación pasamos de 1 dólar = 1 peso a 1 dólar = 100 pesos.

Y esto no fue el resultado de extrañas conspiraciones ni enemigos corporativos ni siniestros intereses multinacionales. Semejante desastre no fue otra cosa más que la obra de una sucesión continua de Pelotudos.

Por estos días aparecieron un montón de tipos reclamando un plan económico en serio para salir de la crísis. Vamos, no le pidamos ahora un plan económico a un gobierno que tampoco lo tenía antes del Coronavirus.
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En realidad, en la Argentina nunca hay plan económico. Tampoco lo tuvo Macri. Menos Cristina. Ni siquiera Néstor. El Compañero Centro Cultural tiró un rato con el plan que le dejaron armadito Duhalde/Remes Lenicov/Lavagna y hasta ahí llegó nomás. Fue la última vez que tuvimos un plan. Se ve que los argentinos no usamos.

El hecho de que el plan de Duhalde dejó el dólar a 3 pesos y, 17 años después, ya supera los 100 mangos, demuestra que nunca tuvimos plan. Y si lo hubo, fue horrible.

Por suerte, ahora están Carlos Heller y Máximo Kirchner diseñando políticas económicas. Dos académicos de la ostia para llevar tranquilidad a toda la sociedad.

En noviembre, el entonces presidente electo Tío Alberto declaró que no pensaba pedirle al FMI los 11.000 palos verdes que todavía faltaban desembolsar y ya estaban acordados y listos para ser recibidos. Dijo textualmente “¿tengo un problemón y voy a pedir 11.000 millones más? Yo quiero dejar de pedir y que me dejen pagar”. Qué bien nos vendrían ahora esos 11.000 palos, no?

Moraleja para estos tiempos: en la vida, el concepto de “problemón” te puede cambiar en un minuto.

Alejandro Borensztein

Origen: Clarin.com, 19/4/2020