Coronavirus, ingreso por Ezeiza, la puerta que el Gobierno demoró en cerrar y por donde ingresó el coronavirus.
Era de manual: el coronavirus llegaría importado y ese ingreso a la Argentina sería por Ezeiza. Había una posibilidad que entrara por algún aeropuerto del interior, pero las probabilidades eran escasas. No era un secreto de Estado ni tampoco la conclusión de un consejo de expertos. Un mediocre jugador del TEG (Táctica y Estrategia de la Guerra) hubiese puesto todas sus fichas en defender esa entrada de la zona sur del conurbano bonaerense.
Finalmente, así fue. El virus ingresó por dónde se presumía que iba a llegar. Durante semanas, el aeropuerto internacional más importante de la Argentina se convirtió en la puerta de acceso de Covid-19. Todos lo sabían y no hubo un solo especialista que no lo apuntó como el lugar crítico. Pero las cosas fallaron.
A poco de un mes del primer positivo -el 3 de marzo se conoció el primer caso, en la ciudad de Buenos Aires-, la estación está prácticamente paralizada y sólo aterrizan un puñado de vuelos por día. Sin embargo, los procedimientos a la hora de recibir a los viajeros que llegan desde zonas de alto contagio no son uniformes, ni despejan las dudas sobre los cuidados necesarios para evitar la propagación.
La mirada se fijó en Ezeiza ni bien la pandemia se instaló fuerte en Italia y España. Ese 3 de marzo, España ya iba por el día 32 desde el inicio del brote y había 165 afectados. Italia, con 33 días desde el caso uno, contaba 2502 infectados. El epicentro del coronavirus ya no era aquella ciudad lejana en China, Wuhan. El país asiático ni siquiera tiene vuelos directos con la Argentina. La amenaza se posó sobre dos países cercanos. Sin embargo, varios aviones diarios aterrizaban desde Roma (Alitalia y Aerolíneas Argentinas) y Madrid (Iberia, Level, Air Europa y también Aerolíneas Argentinas). Ezeiza era el lugar a cuidar. Pero, en la Casa Rosada eran épocas de subestimación de lo que venía.
Dos fuentes de la Casa Rosada, dos de fuerzas de seguridad nacional, una del gobierno de la Ciudad y otra de un municipio cercano a la estación aérea concuerdan en que ese era el lugar a cuidar. Ninguna de ellas pretende levantar su voz en momentos de emergencia. Por caso, en Balcarce 50 reconocieron que podría haberse generado, sobre todo a fines de febrero, un control más estricto. La primera medida concreta de restricción empezó el 12 de marzo. Esa tarde, el presidente Alberto Fernández restringió los servicios provenientes de China, Corea del Sur, Japón, Irán, Europa y Estados Unidos. Desde entonces, gran parte del operativo se instaló allí. Recién el 19 se estableció la cuarentena y se prohibieron los vuelos. Sin embargo, 34.697 pasajeros ingresaron por Ezeiza con protocolos que jamás se unificaron. Aterrizaron, al menos, 185 vuelos desde entonces.
Cifras de pasajeros que llegaron entre el 19 y el 27 de marzo:
19 de marzo. Día previo al inicio de la cuarentena. Llegaron 4779 argentinos en 27 vuelos desde Brasil, Chile y Colombia. Una semana antes, el Gobierno había prohibido viajes desde Europa, Estados Unidos, China, Japón, Irán y Corea de Sur.
20 de marzo. Ya en cuarentena, se sumaron 2931 ingresos desde Lima, San Pablo, Río de Janeiro, Santiago, Miami y Panamá. Muchos triangularon desde distintas ciudades del mundo para llegar.
21 de marzo. Fue el día con mayor circulación: 7921 personas llegaron de países de Europa, Asia, África y América, varios considerados como lugares de alto riesgo de contagio. Aterrizaron en Ezeiza 46 aviones.
22 de marzo. Además de los vuelos habituales, se sumaron otros provenientes de La Habana, Dubai, Doha y Punta Cana. Fueron 39 vuelos.
23 de marzo. El Gobierno confirmó que en total sumaban 301 casos de coronavirus positivos y 5 muertos y se conocieron 36 contagiados.
24 de marzo. Ya funcionaba en Ezeiza un sistema para tomar la temperatura a quienes llegaban. Los espacios comunes no guardaban la restricción de distanciamiento recomendable.
25 de marzo. Sólo hubo seis arribos, todos de Aerolíneas Argentinas y Latam.
26 de marzo. El gobierno porteño había tomado una medida que lo diferenció del resto del país. Los habitantes de la Ciudad que llegaran a la estación aérea eran separados para ser aislados durante 14 días en hoteles.
27 de marzo. Ezeiza recibió 34.697 pasajeros del exterior desde el 19. Más allá de los controles de temperatura, sólo 2392 permanecían en estricto aislamiento en hoteles porteños. El resto, a cambio de una declaración jurada, pasa la cuarentena (14 días) dónde elija. La enorme mayoría de los casos son importados.
Los primeros días de marzo, cuando la voz del ministro de Salud, Ginés González García aún se escuchaba como autoridad en la materia, las medidas fueron laxas y se limitaron a un escueto papel con preguntas. No mucho más. La famosa declaración jurada, que varios pasajeros se llevaron a sus casas porque ni siquiera se las requirieron a la salida, era el único requisito de entrada al país. A diario y en promedio, los pasajeros de 240 vuelos, entre arribos y despegues, pasaban por la terminal. Nunca se informó cuántas declaraciones juradas se firmaron y cuáles eran los destinos de origen de los viajeros. Muchos países, entonces, ya iniciaban un proceso de trazabilidad de cada pasajero para conocer las ciudades que habían visitado.
El 3 de marzo, la Argentina tuvo su primer caso positivo. Importado, claro está. Una semana después, en Ezeiza llegaban pasajeros de todo el mundo con paso libre por cada zona del aeropuerto. Seguían las operaciones normales. El 9 de ese mes, González García declaraba: «Yo creí que iba a llegar más tarde, no creí que iba a llegar antes de terminar el verano, pero igual trabajamos e hicimos todo lo que teníamos que hacer». No era del todo cierta aquella definición. No se había cerrado lo suficiente la puerta de ingreso que hasta un principiante en el mundo de la logística de emergencia podía identificar como crítica. El tiempo perdido en aquellos días no se recuperó jamás.
El 10 del mes pasado, una semana después de haberse encontrado al «paciente 1» los controles en la estación eran aleatorios y los testimonios de pasajeros a los que no les habían pedido la declaración se sucedían. «Hoy fueron confirmados dos nuevos casos de Covid-19 con antecedente de viaje a Europa. Uno residente de CABA y otro de Provincia de Buenos Aires. A la fecha, se registran un total de 19 casos importados confirmados entre los que se encuentra un fallecido», comunicó el parte oficial diario. Todos habían entrado por Ezeiza.
A diferencia de lo que dijo el ministro un día antes, en el entorno del Presidente se empezó a tomar conciencia de que el voluntarismo del funcionario era inconducente en épocas de emergencia. A medida que la voz del González García se corría del discurso público, la posibilidad de extremar las medidas en Ezeiza tomó fuerza. Alberto Fernández empezó a escuchar otras opiniones que no eran la de su ministro. El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, acercó sus pronósticos de la mano de su hombre en la cartera de Salud, Fernán Quirós. El punto neurálgico era el aeropuerto internacional y ahí se dirigieron las primeras medidas.
Dos destinos eran determinantes para el control: España e Italia, y en menor medida, Francia. El control en esos primeros días no era férreo.
Con la doctrina Ginés tirada al cesto de basura, empezó el prominente ascenso de la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti. De a poco, se empezaba conocer la voz de la número dos del ministerio.
El 12 de marzo, la Argentina contaba con 31 casos y un fallecido. Recién entonces, el Gobierno tomó la decisión de frenar los arribos desde toda Europa, Estados Unidos, China, Japón, Corea del Sur e Irán. Formalmente, se prohibieron los viajes por 30 días y se autorizó sólo a Aerolíneas Argentinas a realizar vuelos, llamados sanitarios. Surgió la épica del regreso en la línea de bandera.
En los países donde se encontraban, los pasajeros reorientaron sus regresos. Los que no lograban el ansiado ticket en la empresa estatal, empezaron con la alquimia aérea para triangular por otros aeropuertos de la región, como Santiago de Chile, San Pablo, Río de Janeiro, Lima o Panamá. También volvieron vía Bogotá y otros, mediante las aerolíneas de Medio Oriente. Llegar de cualquiera de estos destinos no era impedimento para que el inicio del viaje hubiese sido cualquiera de los países sospechados.
Ezeiza seguía como el lugar a cuidar. Pero los pasajeros entraban y apenas se mantenían los controles aleatorios de toma de temperatura y cada cual emprendía el regreso a su casa. A miles de viajeros los buscaron sus familiares y otros tantos viajaron al interior del país en vuelos regulares, o en ómnibus de larga distancia. El virus pudo haber viajado hacia cualquier lado sin control.
La cifra de repatriados subió exponencialmente. Según datos de Cancillería, alrededor de 30.000 argentinos golpeaban las puertas de los consulados de todo el mundo para regresar. El 17 de marzo, finalmente se incluyó a Chile y Brasil en la lista de los países desde los cuales no se autorizaban viajes. Los pasajeros venían desde los destinos en los que se podía triangular.
El 17 de marzo, los contagiados eran 79 y había dos muertos por el virus. Entonces, Lima era el gran lugar de operaciones aéreas para América latina. Pero el gobierno del presidente Martín Vizcarra cerró todas las operaciones aéreas del país a partir de las cero horas del 18 de marzo. Pocas horas antes, Latam advirtió que quedaban 10.000 argentinos, pasajeros de esa aerolínea, en el exterior.
El 19 de marzo, al menos, hubo 21 vuelos que llegaron a Ezeiza y seis a otros aeropuertos como El Palomar, Mendoza y Córdoba, que trasladaron 4779 personas. Los aviones llegaron desde Santiago de Chile (9), San Pablo (11), Río de Janeiro (5) y uno de Bogotá, Brasilia, Floranópolis y Recife. Esa noche, formalmente, empezó la cuarentena.
El 20 de marzo el Gobierno tuvo que reconocer que con un puñado de aviones de Aerolíneas Argentinas no era posible traer a los cerca de 30.000 argentinos con intenciones de regresar. El reporte oficial daba cuenta de que los contagiados sumaban 158; los fallecidos, tres.
Mientras las camas se empezaban a ocupar, la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC) autorizó vuelos «sanitarios» de empresas como Latam, Jet Smart, Flybondi o Copa Airlines, por caso. Fueron cerca de 100 adicionales que se sumaban a los de Aerolíneas Argentinas.
Los viajeros, de a centenares, llegaban a Ezeiza y de ahí a sus domicilios. Según datos oficiales, Aerolíneas trajo de vuelta cerca de 14.000 viajeros y Latam una cifra similar en alrededor de 60 vuelos. Flybondi utilizó el Aeropuerto de El Palomar para 12 vuelos que venían desde Río de Janeiro, San Pablo, Porto Alegre y Asunción del Paraguay. Una vez aterrizado, el virus empezó a viajar al interior en servicios regulares.
La terminal siguió como el epicentro; no se le encontraba la vuelta. Sin una directiva clara del gobierno nacional respecto de cómo tratar los ingresos, el gobierno de Rodríguez Larreta decidió extremar su política. Montó un operativo y decidió que todos los viajeros que lleguen desde el exterior -siempre que sea desde un país considerado de alto contagio- y que tengan domicilio en el territorio porteño, sean alojados en un hotel. Desde el 20 de marzo, ese fue el criterio que se aplicó con la gran mayoría.
El lunes 23 las cifras de la pandemia seguían creciendo. De aquellos 240 vuelos entre arribos y llegadas que pasaban por Ezeiza, se pasó a 21 aterrizajes. La semana empezó con 301 contagiados y cuatro fallecidos. Ese día llegaron a la estación 4558 pasajeros que volaron desde París, Estambul, Lima, Dubai, Toronto, Cancún y como siempre, San Pablo y Santiago.
Entonces, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires ya había dispuesto tres estructuras. La primera, en el control de Ezeiza. Las otras dos se encargarían de la logística y de los hoteles. Desde entonces, la gran mayoría de los viajeros tiene tres controles de fiebre: uno de autoridades nacionales, otro de Sanidad de Frontera, y el último, de la Ciudad. Depende cuál será el destino final es el camino que sigue.
Si no hay señales de síntomas, lo que se mira es el domicilio de residencia. Si es en territorio porteño, un colectivo que tiene al chofer aislado, lo busca y lo lleva a uno de los hoteles que el gobierno de Larreta alquiló. Cada uno tiene un equipo médico para atender a los que despierten síntomas, no a todos. Un equipo de 16 personas en cada turno y por hotel, los asisten. Y si bien siempre se escuchan quejas por el servicio, la Ciudad les proporciona desayuno, merienda, almuerzo y cena.
Muchos en habitaciones individuales y otros tantos en pareja, se deben quedar sin salir del lugar. «Allí permanecen entre 7 y 14 días. Y no se puede salir», dijo una fuente del Gobierno. Al 28 de marzo, 2392 personas permanecían alojadas en distintos hoteles porteños.
Además, la Ciudad se hace cargo de todas las personas del interior que tengan que permanecer en Buenos Aires a la espera de algún servicio que los lleve a su hogar. El jueves, por caso, un pasajero que debía seguir camino a Chubut estuvo un par de días en los hoteles. Finalmente, el gobierno lo llevó a Aeroparque, cuando salió uno de los pocos vuelos autorizados, y avisó a la provincia que un viajero estaba en camino.
Durante esos días, si no manifiestan signos de estar contagiados, son autorizados a volver a sus domicilios. Y, claro está, si aparece alguno de los síntomas, se sigue el protocolo de aislamiento total.
Distinto es el periplo de los que tienen domicilio en cualquier otro lugar del país. Los bonaerenses que están en la zona metropolitana son acompañados por fuerzas de seguridad a sus viviendas y luego, hay un control de cumplimiento de la cuarentena. Los viajeros del interior son provistos de servicios contratados por el Ministerio de Transporte para ir a sus provincias. Luego, cada una dicta sus propias reglas.
Ezeiza mantiene su operación, aunque prácticamente no hay vuelos. Dos aviones de la Fuerza Aérea Mexicana trajeron pasajeros argentinos varados y uno de vino de Ginebra, Suiza, con 121 enfermeros y médicos que llegaron para trabajar en la pandemia.
Hay poca gente en la terminal. Hasta ayer a las 21, el total de casos confirmados en la Argentina era de 1133, de los cuales 32 fallecieron. Los protocolos de llegada no están estandarizados y todavía se trata distinto a los que tienen domicilio dentro de la Capital y los que viven en cualquier otro punto del país. El virus puede entrar y pasar tranquilamente a cualquier ciudad del la Argentina. Las voces de los parlantes de la estación ya no comunican nuevos vuelos. Y la voz de Ginés González García, con el optimismo de los primeros días, parece un recuerdo lejano.
TEXTO DE: Diego Cabot, 2 DE ABRIL DE 2020 La Nación.